Marina Rubio EN RESiDENCiA en el Instituto Infanta Isabel d’Aragó

El monte Testaccio es una colina artificial formada, exclusivamente, por los restos de millones de ánforas. Está situado en la zona portuaria de la antigua Roma. En la actualidad tiene un perímetro de casi un kilómetro y una altura cercana a los 50 metros sobre el nivel del mar. Desde siempre, llamó la atención tanto a los habitantes de Roma como a sus visitantes, y una de las hipótesis más reiterada para explicar el origen de su existencia es la idea, propuesta ya en la Edad Media, que el monte es un vertedero estatal únicamente constituido por ánforas que llevaron a la ciudad aceite desde Andalucía (85%), África del norte (10%) y otras provincias del Mediterráneo (5%). Una excavación que desde 1989 realiza un equipo español dirigido por profesores Blázquez y Remesal ha permitido comprender esta teoría.

¿De dónde procede la arcilla que se empleó para fabricar las ánforas? ¿Qué procesos de transformación sufrió la arcilla para convertirse en materia prima de fabricación de las ánforas? ¿Qué procedimientos alfareros se utilizaron? ¿De dónde provenían los alfareros que las fabricaron? ¿Qué procesos de transformación se aplicaron a las ánforas para que se convirtieran en utilitarias? ¿Cómo se realizó el traslado de las ánforas a Roma? ¿Por dónde viajaron? ¿Cuál era su precio una vez llegaban a Roma? ¿Quién utilizaba las ánforas en la vida cotidiana? ¿Qué uso se hacía de ellas? ¿Cómo se destruyeron las ánforas una vez desnudas de su utilidad? ¿Cómo se trasladaron los pedazos hasta el Testaccio? ¿Cómo se fue construyendo la montaña? ¿Quién la construyó?

Son muchas las preguntas que nos lanza un pedazo de vasija rota, tantas como las posibilidades que nos ofrece para imaginar otra lectura sobre su existencia.